martes, 25 de noviembre de 2008

EJERCER EL MANDO: AUTORIDADES DE DERECHO

“Ayer la preceptora me retó por llevar las uñas pintadas a la escuela, me escribió una nota en el cuaderno para que se la mostrara a mi mamá. Hoy, cuando volví a la escuela, me preguntó que me había dicho mi mamá de la nota. Le dije que nada, mira si mi mamá me va a retar por eso”.
Este fragmento es parte de un diálogo que una nena de aproximadamente 9 años tenía con otra chica de su misma edad. En el momento en que escuché estas palabras me pregunté por el rol de la autoridad. ¿Qué pasa con ella? ¿Está? ¿Se debilitó? ¿Es la misma que la de hace 10 años?
Desde mi punto de vista, el rol de la “autoridad” se ha deteriorado. Con autoridad me refiero a padres, ancianos, maestros, sacerdotes, políticos, el Estado, entre otros. Volviendo al diálogo planteado al principio de este artículo, encuentro allí dos figuras encargadas de ejercer la autoridad: por un lado la preceptora del colegio y por otro la mamá de la nena. La primera puede decirse que cumple con su rol, pues al advertir una actitud incorrecta por parte de la chica, se dirige a su madre a través de la nota. La segunda, en cambio, estaría actuando en complicidad con su hija. Si bien es verdad que no conocemos exactamente las palabras de la madre, podemos deducir que han sido mas bien complacientes con la nena por no tratarse (tener las uñas pintadas) de una actitud grave. Ahora bien, vemos así un desplazamiento del papel de la preceptora cuya autoridad se encuentra no sólo cuestionada sino que se presenta como sin importancia. Este es uno de los eslabones de la cadena que nos lleva a vivir las atrocidades de todos los días. Es cierto que estamos insertos en un conflicto social, económico, político, cultural pero la base de él es la crisis de autoridad.
Siguiendo el planteo de Beatriz Sarlo, entendemos que es muy difícil reconocer a los sectores populares porque estos ya no responden a las autoridades tradicionales. Hoy, dice Sarlo, la iglesia, los políticos, la escuela tienen que competir entre sí y con los medios. La iglesia compite con las “iglesias electrónicas” (según Jesús Martín Barbero, aquellas no católicas que encontraron en los medios de comunicación una manera de llegar a los fieles) que han logrado llegar a lugares donde la iglesia tradicional no llega, los políticos viven la pérdida de credibilidad de su palabra y deben enfrentarse a unos medios de comunicación que permiten multiplicar las voces y la escuela no encuentra la manera de ofrecer una propuesta mas divertida que la de los medios.
Vemos así, según la autora que las autoridades se han debilitado fuertemente. ¿No es autoridad lo que está faltando en nuestro país? Es verdad que vemos día a día el deterioro de las instituciones: la iglesia no es capaz de darnos buenos ejemplos (basta con recordar los miles de casos en los cuales los sacerdotes han cometidos los peores delitos), la escuela también tiene casos que arremeten contra su reputación y ni hablar de los políticos. ¿Pero estas razones bastan para que cada uno de nosotros viva como si no existiera nadie a su alrededor?
Es evidente el aspecto progresivo de esta falta de obediencia ciega a las autoridades, pues la libertad es uno de los valores mas preciados. Por supuesto que la maestra con el puntero, la obligación de arrodillarse sobre el maíz o los castigos de la religión son, no solo absurdos, sino represivos. Pero convengamos que los golpes a las maestras o las faltas de respeto actuales tampoco son deseables.
Creo que en los tiempos que corren, disponemos de libertad pero se trata de una libertad que nos encarcela, que nos acorrala, que no nos libera. Y esto se debe a que no sabemos usarla. Tenemos miedo a la autoridad, esta es casi una mala palabra en nuestro país y esto se debe, desde mi opinión, a que la homologamos a la dictadura militar del 76. Desde el 83 en adelante, todo lo que nos da libertad es bienvenido. Deberíamos preguntarnos si, por ejemplo, la complicidad (en casos como los del diálogo inicial u otros mucho más graves) entre padres e hijos nos libera o nos ata. Nos hace falta entender que, hablar de autoridad (siempre y cuando sea bien utilizada) no es referirnos a represión o dictadura sino a libertad.

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